Ventanas disparejas,
una más grande que la otra
una más arriba, la otra más abajo
con luces distraídas.
Las luces no bailan, no lo van a hacer.
El cubre cama monocromático negro y blanco
jamás consiente del sudor,
ni la inexistente cabellera rubia,
los ojos de indomable tono verde,
ni el metal de la carne echa de hielo ancestral.
Solo conoce pasajeros noctámbulos
todos oscurecidos por el sol.
Eternas almas sin dueña.
Y quizás un plumífero azabache
que comió de las ventanas disparejas
como tal cuervo es.
La jaula no sirve
me cuelga de las caderas,
pero no funciona.
Es inevitable,
como la iluminación dentro de estas cuatro paredes,
enmarcadas como el cuadro dentro de un cuadro,